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Una cooperativa de documental social que produce terror ecuatoriano

Artículo de Georgina Altarriba, coordinadora de producción de Clack, para el InfoPROA del 9 de julio de 2024

Las personas que nos dedicamos a producir documentales acostumbramos a andar por el umbral de la inconsciencia. Aunque no lo parezca, nos gusta el riesgo, las emociones fuertes. Muchos de nosotros somos optimistas desenfrenadas. Nos gusta quejarnos –y tenemos razones–, sí, pero si en realidad no fuéramos personas optimistas, no nos dedicaríamos a esto. Ya nos habrían tumbado.

Este ímpetu que nos corre por el ADN hace que, a menudo, nos cueste ponernos límites. Debe de ser por eso que, en Clack, cuando nos llegó la propuesta de sumarnos a un proyecto internacional de ficción de terror coproducido entre Ecuador, Perú y Canadá… en vez de rechazarlo nos metimos de cabeza. ¡Así, a lo loco! Seguro que algo podíamos aportar y que aprenderíamos muchísimo. Ahora hará cuatro años de eso, y ya os avanzo que hemos conseguido producir la película y estrenarla. Increíble.

Hablo de Chuzalongo. Un film de misterio andino basado en una leyenda ecuatoriana sobre un niño vampiro que se alimenta de la sangre de chicas rurales. Poca broma.

¿Cómo afrontar esto desde la experiencia del documental? Pues, como siempre, a partir del guion. Trabajar el guion de ficción fue más fácil e instintivo de lo que me esperaba: sorprendentemente, podía detectar las carencias o excesos de ritmo y de información y, también, los errores de coherencia. Muy parecido al trabajo que hacemos con el guion documental. Sí que es cierto que, en la hora del montaje, los expertos en ficción tuvieron que intervenir mucho. Había un salto más grande –todavía– entre guion y resultado final del que vemos en el documental.

No pude participar intensamente en la producción ni en el rodaje, pero aquí sí que ya hablamos de mundos diferentes. Lo que sin duda aportamos, desde la mirada documental europea, fue, por encima de todo, la insistencia en la investigación de la verdad. Que todo lo que viéramos en la pantalla fuera lo más creíble posible. Como siempre, la autenticidad. Aunque esté viendo a un niño vampiro andino rubio y de ojos azules atacando a campesinas, me lo quiero creer. Que no nos engañen, que nos digan la verdad.

Este es el punto más grande de confluencia entre ficción y documental: tengo que creer lo que veo porque, si no, no me emociono y, entonces, ya está todo perdido.