Nunca dudé sobre qué estudiar o en qué quería trabajar. Lo tenía claro: yo quería hacer películas. De forma natural, empecé con trabajos sobre Almodóvar en la escuela y cortos cutrísimos con amigos, hasta que llegué a la universidad: Comunicación Audiovisual. Por fin sentía que estaba cerca de conseguir mi profesión soñada… o eso pensaba.
La realidad fue otra. El sector audiovisual es precario, cerrado y difícil de acceder, sobre todo si no tienes contactos. El síndrome del impostor se apoderó de mí, empecé a cuestionarme si no habría sido mejor elegir un camino más “seguro” y, para colmo, en tercero de carrera me golpeó una pandemia. Un desastre. Pensaba que aquello de “hacer películas” nunca ocurriría.
Pero, como soy tozuda patológica y, por primera vez, no tenía ni idea de cómo seguir construyendo mi futuro, opté por hacer un máster (para sorpresa de nadie), como toda mi generación. La verdadera sorpresa fue que aquel máster en Producción Ejecutiva de PROA lo cambió todo. Suena exagerado, pero fue mucho más útil de lo que esperaba. De hecho, gracias a ese máster estoy escribiendo esto (y por trabajadora, que tampoco lo voy a negar).
Empecé sin expectativas, pero pronto todo cambió. En Blanquerna, por fin tuve la oportunidad de aprender cómo es este oficio. Conocí compañeras estupendas y referentes del sector, como Ariadna Dot. Finalmente, empecé a hacer prácticas en Minoria Absoluta, y no debo de haberlo hecho tan mal, porque aquí sigo tres años después.
Aun así, no todo es maravilloso. Empezar una carrera en el mundo del cine siendo una mujer de veinte años no es nada fácil. Es una mezcla de pasión, vértigo y la necesidad constante de demostrar tu fuerza interior. Recuerdo que en el máster Nélida nos dijo en clase: “No encontraréis una oferta de trabajo de ‘producción ejecutiva’, tendréis que ganárosla.” Tenía toda la razón, pero además, como chica joven, tienes que demostrar el doble. Desde el primer día entiendes que con pasión no basta. Pero vale la pena. Por eso estamos aquí.
Nunca sabes qué esperar de un máster; cada experiencia es distinta. Pero yo no me cansaré de recomendar esta formación: por conocer a los productores con quienes te cruzarás en el futuro, por el ambiente de total confianza, por conseguir esos contactos tan deseados de los que hablaba al principio y por (con suerte) encontrar trabajo.
Cada paso adelante sirvió para algo. No rendirme en mi empeño ha valido la pena. Solo espero que a mí —como a tantos otros— me dure la vocación para siempre. Y que los futuros alumnos de este máster no se rindan cuando las cosas se pongan difíciles, porque no existe ningún trabajo más divertido y estimulante que este.