Siempre he entendido que el proceso de traslación del blanco-sobre-negro de una novela a las imágenes-en-movimiento de una película incluye no solo un necesario cambio de lenguaje sino también y, sobre todo, dar vida a un nuevo paradigma. La libertad de un escritor es infinita; cuando hacemos películas, en cambio, tenemos que adaptarnos continuamente a los límites propios de la producción.
Revisando el largo camino que recorrimos con Wolfgang, creo que fuimos capaces de tratar la novela con todo el respeto, y, al mismo tiempo, supimos habitar el escenario del proceso audiovisual con determinación para sacar partido de las propias herramientas y hacer virtud de las dificultades.
Sin duda, el desarrollo de guion fue lo más complejo. Había que identificar a los compañeros de viaje que venían de serie y saber gestionar su encaje cinematográfico. Nos concentramos, por un lado, en reformular aquellos elementos de la novela que diferían mucho del lenguaje audiovisual -dar voz a un niño autista, por ejemplo- y, por otro, en amplificar el material que ya proporcionaba per se propiedades fílmicas -la música fue uno de los trampolines narrativos-.
En cuanto a los elementos que reformular, uno de los retos más interesantes fue conseguir trasladar el imaginario de Wolfgang -un personaje extremadamente introspectivo- a imágenes cinematográficamente atractivas evitando recursos demasiado obvios como la voz en off. Incorporar el humor como elemento normalizador fue clave: alejar a los personajes del victimismo, desde el respeto y el afecto, y utilizarlo como elemento curador.
Tuvimos la suerte de que la autora de la novela, Laia Aguilar, participara como guionista: escribió la primera adaptación y nos ayudó a mantener el espíritu original. La posterior incorporación de otros profesionales (Carmen Marfà, Yago Alonso y Valentina Viso) nos ayudó a aliviar nuevos límites y quitarnos el miedo a redefinir personajes, haciendo florecer tramas paralelas a las de la novela. Junto con el resto de los productores y el director, Javier Ruiz Caldera -muy implicado también en la adaptación- buscamos siempre la manera de aportar y cuidar la ternura y el humor referenciados y construir una película más accesible a todos los públicos, procurando aligerar los momentos más duros de la novela pero manteniendo su presencia, sin traicionar nunca la obra original. De esta manera, permitíamos el acceso a un público familiar, que era uno de nuestros objetivos. Este proceso de multi-escritura, por tanto, nos permitió redibujar el guion respecto al texto original sin perder de vista los temas principales de la novela.
La presencia de la música en la historia es importantísima y es uno de esos elementos que ya posee en origen mecanismos en clave cinematográfica. En la obra literaria, las descripciones de las piezas de piano que toca Wolfgang evocan su mundo interior, lo explican. La película, además, aprovecha con agudeza las herramientas fílmicas para sumar más intención al arco emocional de los personajes y configura una vía directa al espectador. Además de la parte diegética, la BSO creada por Clara Peya acompaña al espectador en el emocionante viaje de Wolfgang.