Sergi Cameron, productor de Nanouk Films i director artístic adjunt del Festival In-Edit Empordà

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Artículo de Sergi Cameron, productor de Nanouk Films y director artístico adjunto del Festival In-Edit Empordà, para el InfoPROA del 27 de mayo de 2025

La música es una de las mejores puertas de entrada al cine documental. Porque sí: en la conjunción de documental y música siempre ha habido experimentación, riesgo e innovación (y poco presupuesto, seamos sinceros). Pero si lo más cercano a la cultura que has mamado en casa es tener algún libro promocional de El Círculo de Lectores o haber conocido personalmente a Regina dos Santos, la cultura no cae del cielo. La cultura no florece si no la riegas.

A menudo necesitamos catalizadores para empezar a cultivar un cierto bagaje cultural, lo que te convierte en una persona, digamos, ejem, cultureta de postal o lectora de contraportadas. Para mí, uno de esos rituales de iniciación fue el In-Edit. El primer festival donde pagué para ver una película. Y no una cualquiera: era documental. Y no uno cualquiera: era musical. Un triple mortal de nicho para acceder a un universo donde la cultura ya no daba pereza, sino que se volvía adictiva y estimulante.

Muchos de mis cineastas preferidos han tenido una relación estrecha con la música: los Maysles con el mítico Gimme Shelter, un joven Scorsese enloquecido en Woodstock, Sofia Coppola y sus mixtapes emocionales, o el icónico David Lynch, que cuando no rodaba sueños húmedos trascendentales, se dedicaba a hacer discos de postpunk ambiental con aroma de hilo musical.

Y luego encontramos aquellas joyas que nos han influido profundamente a los documentalistas, como Dig (Ondi Timoner), The Devil and Daniel Johnston (Jeff Feuerzeig) o el Live at Pompeii (Adrian Maben). Y gracias al In-Edit pude disfrutar de obras icónicas como Let’s get lost (Bruce Weber), Searching for Sugar Man (Jeffrey Levy-Hinte), Soul Power (Jeffrey Levy-Hinte) Sigur Rós: Heima (Dean DeBlois) o No direction home (Martin Scorsese). No os imagináis el impacto que tiene todo esto en la mente hambrienta de un adolescente.

En el año 2010, todavía como estudiante imberbe de documental en la ESCAC, después de estar un año filmando y editando por las noches el documental Limbo Starr: Diez, cuenta atrás (Diego Olmo), entré en la sección oficial nacional y, acompañado de artistas que admiraba como Nacho Vegas, presencié incrédulo cómo un grupo de gente imprudente compraba entradas para ver lo que había ayudado a hacer desde una silla oxidada de segunda mano en una habitación sin ventanas en un piso de estudiantes del Paral·lel.

Casi diez años más tarde, tuve el honor de recoger el Premio a mejor documental nacional como director con Niños somos todos, y el año pasado, ya como productor, inauguramos el festival con La Joia: Bad Gyal. A pesar de esta relación circunstancial con el festival, nunca he dejado de ser el fan que admira el festival desde la grada.

Y ahora resulta que… he pasado al otro lado del mostrador. Hace unos meses, la enérgica y visionaria Montse Faura, directora del Festival de Torroella, uno de los festivales de clásica más prestigiosos del Estado, me propuso ayudar a hacer crecer esta idea de llevar el In-Edit al Empordà. Así, como quien dice “venga, hagamos una fideuá”. ¿Y por qué no? Porque descentralizar la cultura es un acto de resistencia, y porque, como productor y director, ver cómo son los festivales desde el otro lado te hace mejor profesional.

En un ecosistema audiovisual cada vez más fragmentado y competitivo, un festival local no es solo una ventana de exhibición; es una oportunidad para volver al cine como idea colectiva, reforzando el vínculo entre el relato y el territorio, y repensar la distribución desde una lógica más creativa y participativa.

A diferencia del documental social o el true crime, que cuenta con una demanda más estable, el documental musical a menudo depende de la potencia del personaje o de la temática para captar el interés general. Eso puede limitar su alcance comercial, pero también lo convierte en un género capaz de conectar con comunidades muy activas y fieles: fans, escenas musicales, colectivos artísticos, segmentos generacionales, vías alternativas de financiación (marcas, museos, modelos de suscripción…).

Celebramos la iniciativa de un nuevo espacio donde programar documentales, cada martes de julio y agosto en el Cine Montgrí (una joya art decó) después de un chapuzón en el mar. Habrá conciertos y charlas antes y después de las proyecciones, con invitadas como Amandine Beyer, Niño de Elche, Raquel García-Tomàs, Javier Mariscal, Pablo Gil, Belén Clemente o Javier Colina, entre otros.

Larga vida al In-Edit Empordà (Viva la cultura y viva Palestina libre).