En la última década hemos avanzado de manera espectacular en materia de derechos, y la cultura ha sido una de las grandes impulsoras de este progreso. Pero tengo la sensación de que, como sociedad, hemos dejado de lado un tema crucial: la violencia. En un mundo que parece conducido por un piloto entusiasta y un poco alocado, acelerando sin freno hacia el precipicio, quizás deberíamos frenar un momento y replantearnos el exceso de contenidos audiovisuales violentos.
Se dedica una energía inmensa a crear entretenimiento basado en la violencia. Los adultos somos grandes consumidores y, cada vez más, reclamamos historias aún más extremas. Si tenéis niños en casa, seguramente os ha pasado lo mismo que a mí: intentar encontrar algún contenido libre de violencia para ver en familia puede ser una tarea sorprendentemente difícil. Muchos difusores ofrecen un catálogo donde prácticamente no hay alternativas.
Esta tendencia también se ha trasladado al entretenimiento infantil. Es habitual ver personajes infantiles inmersos en guerras, situaciones de vida o muerte y batallas salvajes, empuñando espadas desproporcionadamente grandes. Esto no sería tan preocupante si viviéramos en un mundo pacífico e idílico, pero según Naciones Unidas, 2024 ha sido uno de los peores años para los niños en zonas de conflicto desde la Segunda Guerra Mundial.
El contenido infantil goza de una potencia inusual, llega a todos los rincones del planeta, y se da la paradoja de que la misma serie o película puede ser visionada por niños que viven en una realidad distópica y, al mismo tiempo, por los hijos e hijas de quienes la provocan. Es evidente que el entretenimiento es necesario, pero también tenemos la responsabilidad de transmitir valores y crear personajes con los que los niños se puedan identificar e inspirarse. Como productores, el reto es cada vez mayor y nos obliga a pensar muy bien en qué proyectos nos adentramos, ya que la financiación y la ejecución de estos son procesos muy largos, y con el contexto mundial actual parece que no disponemos de mucho tiempo.
Los niños son nuestro futuro como humanidad y, si queremos un mundo menos violento, quizás debemos empezar a apartarla de nuestras pantallas.


