Article de Gerard de Lucas, director de TMT d'Augusta Abogados, vicepresident de la Secció de Propietat Intel·lectual, Honor i Imatge del Col·legi d'Advocats de Barcelona i advocat d'IMC Toys SA, per a l'InfoPROA del 8 d'octubre

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Ficción, documental y libertad de expresión

Artículo de Gerard de Lucas, director de TMT de Augusta Abogados, vicepresidente de la Sección de Propiedad Intelectual, Honor e Imagen del Colegio de Abogados de Barcelona y abogado de IMC Toys SA, para el InfoPROA del 8 de octubre

Vivimos en la época de lo políticamente correcto y los efectos por lo que respecta a la creación artística son letales: series y películas homogéneas, hechas para no molestar a nadie y contentar a todo el mundo. El espectador se muere de aburrimiento y cuando se presenta algo que no pasa el filtro de lo políticamente correcto, aparecen ipso facto los adalides de la nueva inquisición, a pedir que se prohíba el estreno de lo que les molesta, o que se retire el contenido que no se ajusta a su visión del mundo.

Por citar dos ejemplos recientes, podemos referirnos a la serie El cuerpo en llamas de Netflix, basada en el denominado crimen de la Guardia Urbana, o a la película Tardes de soledad de Albert Serra, que se estrenó en la última edición del Festival de San Sebastián y obtuvo la Concha de Oro.

En ambos casos y por razones bien diversas se ha intentado prohibir su estreno, pero lo cierto es que los motivos son lo de menos. Lo que subyace es una voluntad de cercenar el arte, la ficción o el documental, si estos no cumplen las reglas normativas de lo que hoy en día se considera “lo correcto”.

Si prohibimos una serie de ficción —insisto, de ficción— basada en unos hechos consignados en un procedimiento y sentencia judicial, ¿qué hacemos con los cientos de series basadas en crímenes? ¿Las prohibimos también? ¿Prohibimos los podcast y documentales de true crime?

Lo cierto es que la ficción tiene unos límites, por lo que se refiere a la libertad de expresión, mucho más amplios que el documental, por ejemplo, que en principio debe mostrarse fidedigno a la realidad de lo sucedido. En la ficción, se cambian narrativas, nombres, personajes, situaciones, localizaciones, precisamente para apartarse de la realidad de los hechos, al amparo de la libertad creativa y de expresión. Si atendiésemos a los motivos y peticiones de los prohibicionistas, jamás se habría estrenado, en la propia Netflix, la serie The Crown, ficción sobre la monarquía británica.

En cuanto al documental del director Albert Serra, intentaron prohibir su estreno incluso aquellos que no lo habían visto. A uno puede no gustarle la tauromaquia, puede incluso repugnarle y estar totalmente a favor de que se prohíban las corridas de toros, pero precisamente por ello, quizás tenga interés en ver retratado cinematográficamente ese mundo. En el caso de los que ya han visto Tardes de soledad, se habla de reacciones absolutamente contradictorias, de horror ante la crueldad de lo retratado o de admiración ante lo que algunos califican de arte del toreo. Ya de por sí, lo antedicho habla bastante bien del documental, y nos reafirma en que una cosa es la obra cinematográfica y otra bien distinta el punto de vista, la ideología y la opinión.

Lo que pretende el autor de esta humilde reflexión es dejar de aburrirse mortalmente viendo películas y series hechas bajo el prisma de lo políticamente correcto. En cambio, espera que le traten a uno como a un adulto, que sabe distinguir entre realidad y ficción, entre arte y política, y poder volver a disfrutar de propuestas arriesgadas, innovadoras, que molesten, motiven, entretengan y diviertan, incluso que nos hagan reflexionar mostrando algo que no nos gusta.