El éxito en los Óscar de la película Todo a la vez en todas partes ha convertido el título del film en una de esas expresiones que harán fortuna para explicar la nueva época a la que se enfrenta la comunicación audiovisual.
Las principales operadoras de televisión están buscando con brío las audiencias. ¿Cuáles? Todas. Las que un día fueron suyas y solo consumen (yendo bien) informativos y directos, y las que nunca han sido suyas, porque ya han nacido y vivido en las redes. ¿Para que encuentren qué? Para que lo encuentren todo, tanto lo que se ha emitido por el lineal como los contenidos realizados específicamente para cada red, con sus targets, su engagement y sus influencers particulares.
Y no solo las televisiones: instituciones públicas y empresas privadas están aprendiendo a verse en el espejo de las redes, una confluencia compulsiva en la que sus adorados valores diferenciales de marca aparecen sin cortinas de transición detrás de un mensaje ilustrado con unos movimientos de perreo.
Ese “todo a la vez en todas partes” está definiendo el tipo de encargo que las productoras empezamos a recibir. Pero hacer un contenido para redes es diferente: la retención es bajísima porque la paciencia del usuario es nula. Y en las redes cuenta un algoritmo que no controlamos y que, a lo sumo, solo permite dopar los contenidos con un poco de pago.
Las redes son difíciles de atrapar. ¿Qué es lo que cuenta? ¿La hora en la que se cuelga el contenido? ¿La duración? Sí, pero sobre todo es el contenido, que en cuestión de tres segundos el espectador ya sepa de qué va, que se quede tres segundos más y así hasta el final. Y eso ya no es hacer televisión, es hacer física cuántica.