Decía Godard en una entrevista en 2020 que pensaba que la guerra de Irak se debía a que los americanos habían querido echar mano a los orígenes de la escritura. Decía no creer en el alfabeto, que los buenos escritores van más allá del idioma, ya que idiomas hay muchos.
La pintura usa diferentes técnicas y el resultado final es la obra. ¿Y el cine? En el cine el idioma sí importa. Porque elegir hacer ficción o documental debería ser solo una manera de elegir contar algo de una forma u otra. Pero bien sabemos lo que cuesta comercializar una película de no ficción.
Y eso que las cosas están cambiando. Una nueva generación de cineastas españolas nos propone recientemente trabajos donde no solo la temática es próxima a las vivencias de las directoras, sino que también en la pantalla el trabajo lo realizan no actores/actrices. Esto es fantástico, pero son películas de ficción y desde el balcón de las cineastas que amamos el documental y vivimos de ello, me pregunto, qué tiene que pasar para que una palabra, “documental”, no lo cambie todo.
Vamos dando pasitos y los festivales están abriendo puertas a este idioma nuestro de la no ficción. All the Beauty and the Boodshed, documental de Laura Poitras, ha ganado recientemente el León de Oro en el Festival de Venecia, y según decía su directora, ya era un triunfo mostrar un documental en competición en un festival como Venecia, así que ganar era algo que no se imaginaba. El documental de Isabel Coixet, El sostre groc, a pesar de estar fuera de competición en el Festival de San Sebastián, ha regresado con premio y mención. Y en este mismo festival, dos años seguidos, se ha otorgado una Concha de Plata a no actores.
Pero no solo hacemos películas para los festivales; los documentales también queremos llegar a las salas y que los distribuidores y los exhibidores no se depriman al ver la palabra “documental”. Al fin y al cabo, es solo una palabra, una por la que seguro no habrá guerra, pues nadie se la quiere apropiar.