Empiezo el artículo compartiendo una anécdota de hace unos años, cuando buscábamos financiación privada para poder sacar adelante el proyecto Pipeline y eventualmente, escalar.
¿Tengo un pitch perfecto? ¿El mensaje es claro? ¿20 páginas son muchas? ¿Qué orden debe seguir mi discurso? Así hasta el infinito y más allá…
No somos los únicos que diariamente sufren el brote de desorientación e inseguridad con la esperanza de que la próxima reunión con el inversor citado sea la definitiva que nos guíe hacia la luz.
Finalmente, tenemos unos pretendientes entusiasmados. Hemos intercambiado varios emails, nos envían un feedback prometedor y entusiasta, hablamos de números y presiento que estoy viviendo un deja vu donde el inversor nos despide con un “volved cuando seáis más grandes”.
Entonces no puedo evitar preguntar dónde está el problema. Repaso la lista de feedbacks y me llama la atención que no incluye a inversores nacionales. Tampoco hay rastro de financiaciones públicas nacionales. Y me pregunto: ¿por qué tenemos que recurrir a inversores extranjeros?
El principal reto de un estudio indie de videojuegos es la financiación. Partiendo de la premisa de que nuestro proyecto es viable, contamos con el equipo adecuado y a la vez rentable, la primera prueba consiste en identificar distintas fuentes de financiación idóneas, y la lista no es extensa. La cosa se complica aún si damos por hecho que estas no son amigables ni eficaces, ya que requieren enorme dedicación de recursos.
Hablando estrictamente de línea de financiación dedicada en exclusiva para los estudios de videojuegos, actualmente las alternativas de origen público son limitadas y las privadas, inexistentes. Escasean los interlocutores proactivos con una visión y estrategia a medio-largo plazo capaces de construir un ecosistema fuerte y global. Por eso es fundamental que las entidades públicas se hagan expertas en un sector que hace mucho dejó de ser un nicho, que genera miles de puestos de trabajo, es un foco de atracción de inversiones extranjeras millonarias y contribuye al posicionamiento del país como hub económico de alto valor añadido.
Una vez empapadas del sector, las instituciones públicas deben convertirse en un activo defensor del mismo y hacer pedagogía con los potenciales inversores privados, que carecen de información pero no las ganas de convertirse en el padrino del próximo unicornio.
Eventualmente veremos a un estudio de videojuegos nacional dentro de la lista de unicornios o anunciando su salida a bolsa. Es cuestión de tiempo. El gran desafío es quién será el valiente o visionario que apueste por las desarrolladoras de videojuegos nacionales.