Buscar financiación para el desarrollo de un videojuego es una tarea complicada. Solo el 10% de los proyectos consiguen financiación.
Hay tres claves en cualquier pitch:
- Producto: no vendes un videojuego, sino un producto de mercado. ¿Es lo suficientemente disruptivo? ¿Qué lo hace único?
- Equipo: se invierte en personas, que harán realidad el producto. ¿Quiénes son? ¿Saben de lo que hablan? ¿Son buena gente?
- Viabilidad: ¿es un presupuesto asumible? ¿Se puede hacer con el calendario y los recursos propuestos?
Si al finalizar tu pitch un inversor se hace cualquiera de estas preguntas, aunque no las verbalice, eso es una bandera roja. El arte del pitch pasa por evitarlas.
Una bandera roja común es que, a partir de tu pitch, diferentes personas imaginen proyectos diferentes. Aunque a cada una de ellas le encante la idea que se ha formado, cuando las pongan en común valorarán esa disparidad como una deficiencia de tu proyecto, no de su imaginación.
Evitar banderas rojas no es suficiente. Compites a nivel mundial y hay mucho talento ahí fuera.
La mejor forma de destacar es construir un relato: un hilo que hilvane el qué, el por qué, el quién, el cómo… con el poder evocador de un cuento alrededor de una hoguera.
No es necesario ensayar el relato, porque se basa en verdades que te definen a ti y a tu proyecto. Tiene pasión porque sale de dentro; no recitas solo palabras, sino también sentimientos. Está ordenado porque tiene introducción, nudo y desenlace. Es memorable porque tu historia es única y auténtica. Y es sólido porque a través del relato todos se imaginan una idea similar.
Un inversor adora una buena historia porque se pasa el día escuchando propuestas técnicas. Llévalo a tu hoguera y tendrás muchos números de ganarte, ni que sea, una segunda entrevista.
La importancia del relato es extrapolable a cualquier ejercicio de venta, pero es crucial si lo que vendes es un producto cultural.
