Mater horribilis es el título de una idea de documental que tuve con el objetivo de compartir la culpabilidad maternal. El sentimiento que descubrí en el momento en que pasé de ser una simple mortal a ser una madre anonadada por mi nueva (y también increíble) condición.
Esta emoción tan punzante no solo se me generaba por todos los inputs que me llegaban de mi entorno más próximo y que me hacían cuestionar constantemente si podía llegar a ser la madre que mi hija se merecía. La angustia se me encendía en el pecho, también, cuando pensaba en mi futuro profesional. ¿Podré avanzar profesionalmente ahora que soy madre? ¿Podré seguir el ritmo que el mundo audiovisual me exige? ¿Podré ir a los rodajes, a los festivales, a los mercados?
El régimen interno de nuestra cooperativa me ha permitido disfrutar de largas bajas maternales y de reincorporaciones pausadas con ayudas salariales. Así que, al menos, he podido hacer regresos a la profesión en los que se me ha respetado mi opción de crianza. Pero, sobre las dudas que antes planteaba, la respuesta para mí es clara: no. Al menos hasta el día de hoy, con dos hijos de dos y cuatro años, no he podido volver al ritmo frenético en el que antes surfeaba. Porque ya lo sabéis, en el mundo en el que estamos, o subes a la ola o te quedas en la orilla mirando, frustrada, cómo los otros se convierten en reyes del mar.
Todavía estoy intentando descubrir si eso es bueno o malo. Quizás no haya que vivir en un frenesí constante para llegar donde siempre has soñado, o quizás sí. Lo que sé seguro es que no me faltan ganas de volver a enfundarme el neopreno. Cuando estoy en el océano, buena parte de la culpabilidad se queda en tierra firme.